Deja tu comarca entre las fieras y los lirios. Y ven a mí esta noche oh, mi amado, monstruo de almíbar, novio de tulipán, asesino de hojas dulces. Así, aquella noche lo clamaba yo, de portal en portal, junto a la pared pálida como un hueso, todo llena de un miedo irisado y de un oscuro amor. Ya era la edad en que las abuelas habían retrocedido a moradas de subtierra y sólo sus almas perduraban encadenadas a las lámparas estremeciendo mariposas verdes y amarillas a la hora de los fuegos y los rezos.
¡Oh, mi amor! – lo clamaba yo, de puerta en puerta, de muro en muro– perdí mis trenzas, estoy desnuda, se cayó el sándalo de los medallones, la luna paró sobre las chimeneas su trineo de coral. Y no vienes, hombre, rosa, crimen, corazón. Voy a quebrar las almendras, a comer alabastro amargo. Voy a matar los panales. Me has hecho imaginar inútilmente tus médulas de sándalo, tu corazón de fuego. Ahora, reirán de mí las muertas que se acuerdan de tu amor. Así mentía yo, abrazada a su melena de oro, a su terrible miel. Él hablaba una lengua casi inteligible; pero, un rocío voraz, una lepra de flores, le terminaba el rostro. Y dentro estaban el azúcar y las cruces y los espejos con olor a jacintos. Nos acercamos a la mesa. Las abuelas renacieron en las lámparas. Le dije que iba a guardarlo, que iba a besarlo, que iba a guardar su corazón entre las piñas y los livores y las medallas. Otra vez jardín y sombras y columnas rotas y los cisnes serios como hombres. Empecé a matarlo. Porque no digas mi amor a nadie –a entreabrirle los pétalos del pecho, a sacarle el corazón. Él se apoyó en mi brazo, le latía con locura el almíbar de los dedos. Empezó a morir. Cerca del bosque empezó a morir. Rompí a llorar. Voy a matar los panales; voy a quebrar las almendras, a comer alabastro amargo. Su muerte siguió a lo largo del bosque. Quise recogerla en mi saya, reunirla en mis brazos, abrazarla. Voy a tener hijos de almíbar y de pétalos y no podrán besarte, oh, mi novio de miel, mi tulipán. Lloraba desesperadamente. Quería juntar los pétalos, reconstruir la miel, sacarlo de la muerte, ganarlo para siempre, que no tuviera fin este poema.
4
Anoche, volvió, otra vez, La Sombra; aunque ya habían pasado
cien años, bien la reconocimos. Pasó el jardín violetas,
el dormitorio, la cocina; rodeó las dulceras, los platos blancos
como huesos, las dulceras con olor a rosa.
Tomó al dormitorio, interrumpió el amor, los abrazos; los que
que estaban despiertos, quedaron con los ojos fijos; soñaban,
igual la vieron. El espejo donde se miró o no se miró, cayó trizado. Parecía
que quería matar a alguno. Pero, salió al jardín. Giraba, cavaba,
en el mismo sitio, como si debajo estuviese enterrado un muerto.
La pobre vaca, que pastaba cerca de la violetas, se enloqueció,
gemía como una mujer o como un lobo. Pero, La Sombra se fue volando,
se fue hacia el sur. Volverá dentro de un siglo.
Se puede escuchar: https://www.google.com.ar/search?q=marosa+di+giorgio&oq=marosa+di+giorgio&gs_l=psy-ab.3..35i39k1l2j0i67k1l2.2329.5515.0.5929.17.14.0.0.0.0.429.2091.2-6j1j1.8.0....0...1.1.64.psy-ab..9.8.2087.jxzerAybbPM
5
De súbito, estalló la guerra. Como una bomba de
azúcar
arriba de las calas. Primero, creíamos que era juego;
después, vimos que la cosa era siniestra. El aire quedó
ligeramente envenenado. Se desprendían los murciélagos
desde sus escondites, sus cuevas ocultas caían a los platos,
como rosas, como ratones que volvieran del infinito,
todavía, con las alas.
Por protegerlos de algún modo, enumerábamos los seres y las
cosas:
"Las lechugas, los reptiles comestibles, las
tacitas...".
Pero, ya los arados se habían vuelto aviones; cada uno,
tenía
calavera y tenía alas, y ronroneaba cerca de las nubes, al
alcance
de la manos pasaron los batallones al galope, al paso. Se
prolongó
la aurora quieta, y al mediodía, el sol se partió; uno fue
hacia el este,
el otro hacia el oeste. Como si el abuelo y la abuela se
divorciaran.
De esto ya hace mucho, aquella vez, cuando estalló la
guerra,
arriba de las calas.
16
Cuando todavía habitábamos la casa del jardín, al atardecer, cuando llovía, después de la lluvia, esos extraños seres, junto a los muros, bajo los árboles, en mitad de camino. Sus colores iban desde el gris más turbio hasta el rosado. Unos eran pequeños y redondos como hortensias; otros alcanzaban nuestra estatura. Allí, inmóviles; amenazantes; pero sin moverse. Mas cuando la noche caía del todo, ellos desaparecían sin que nunca supiésemos cómo ni por dónde.Entonces, los abuelos nos llamaban, nos daban la cena, los juegos, regañaban. Nosotros hacíamos un dibujo, apasionadamente; lo teñíamos de gris, negro, gris, de color de hortensia.
La lluvia del jardín.
El bosque de casuarinas donde un día se presentó el Diablo.
-¿Se presentó el Diablo?
Sí, y todo tejido en lana roja y negra. Como una manta y un
saco.
Yo era chica y dije: -¿Qué es un diablo?
Era adolescente y quedé alelada.
Era una mujer y quedé picada.
Me le acerqué, pero no mucho, porque no se podía; a ratos,
parecía que no estaba.
De pronto dije:
-Yo soy una princesa. Pero, legítima; no de pacotilla como
las que salen en los diarios.
Al oír esta oración extraña, parpadeó, aunque sus ojos eran
inmóviles, y algo se asombró.
Quedaba tieso. Parecía un objeto, un tejido olvidado.
Yo, por aliviar las cosas, vencer esas extrañezas, fui hasta
la cocina, tomé, desde un platillo, dulces de higo, salí a mirar las ramas.
Pero, él ya estaba allí; con un salto invisible y opaco, ya
estaba allí.
Le dije: -Diábolo.
Él contestó: -Mariposa Glicina. Y Glicina Mariposa.
Llamándome así por mis nombres prohibidos, pues, por
salvarme de todo mal, no me habían hecho figurar en el Registro.
Me acerqué a su lana. Él dijo: -Vayamos a los infiernos
donde están nuestros hermanos.
-¿Cómo…?!!
Di un grito que no se oyó.
Pero, le tendí los dedos, que él acarició por sumo instante.
Pidió: -Y dame las cosas de abajo.
Aunque parezca mentira me acerqué y separé las piernas.
Él buscó y encontró los orificios; lamió y hendió; uno a
uno, los lamía y los partía. Yo, un poquito, brincaba. Dijo: -Vayamos al
infierno, ya. Eres de las que sirven bien. Vamos, bromelia, móntate en mi lomo.
Y vamos.
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